Esta es mi melodía:
ya no soy
aquel fugaz desconsuelo
que brumoso y escurridizo
se dejó caer
sobre rojos lirios.
Tengo unas manos rasgadas
por la lejanía marchita
de un reloj inconsolable
y un soleado oscurecer.
La inocencia con armonioso paso
olvida en mi memoria
la soledad de fracasos ausentes.
Si te invento un paisaje,
¿podrías llenar de vida
un campo de desencanto?
Ya no soy
aquel incierto templo
en donde tu aroma se postraba
inhabitable y blando...
¿te han contado, alguna vez,
de ese absurdo y tentador anhelo
que llevo grabado
en mis alas de cartón?
Yo no intento saborear
los riachuelos cálidos
que algunas veces empapan
el frondoso palpitar
de tu sombrero ancho y perdido,
ni tampoco cubro con cristales
ese suspirar extenso
que te condena malherido.
He visto tus ojos
carcomiendo mi esperanza
frente a versos incompletos,
junto al mar de tu silencio,
y despojos azulados
cubren una a una
las cicatrices de mis pechos,
tus delirios, mis vacíos.
Mi melodía es esta:
te invito a caminar
a costas de lo eterno,
sin olvidar cada respiro
que por equivocación dejamos
sobre lo que ayer
dejamos de ser.