domingo, 3 de octubre de 2010

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Fotografía: Daniela Castro


Dicen que allá abajo
descansaba la tormenta...
ella diosa,
desde arriba,
sabía que su aire
y su color
eran solo incomprendidos
por el ruido de los hombres.

Si alguno lo hubiera sabido,
habría dado todo
por volar entre la angustia,
por saltar aún sin impulso,
por llegar hasta su tono.

Dicen que allá arriba
no había pecado ni secuela:
la fascinación de sus ojos
recaía en poder revertir
cada día
la forma en que abría su ventana.

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