Pedimos la muerte en un vaso de leche
socorremos con nuestros pies
a quien se ha olvidado
de cuanto paso cabe por ahí en las aceras.
Solemos recortar los nombres
de la misma forma en que partimos
el pan entre los pobres,
solo que esas veces
cada morona es la parcela de cielo
que le toca imaginar a nuestro verso.
Somos extraños medicamentos
que olvidamos ceder en dosis moderadas
al mundo que nos rodea
porque si bien no hay cura para la ignorancia
nos hacemos los enfermos
ante tanta bruma y tanto duelo.
Pedimos el dolor casi a gritos
extendemos las manos sin abrirlas
porque detestamos acariciar la verdad
exponer la cercanía
mientras seguimos bebiendo
sorbo a sorbo
la ilusa sensación de ser más
que un puñado de huesos.
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