Tengo un niño que sopla el mar
desde una gaveta debajo de mi pecho.
Le dice que no se detenga
que esa jugadera del agua con el viento
solo depende de qué tan grande se sienta uno a veces.
Es como un caramelo este chiquito
llenísimo de ondas en el pelo
con un sabor de piel que no olvido.
Parece que alguna vez alguien le dijo
que el mundo se vive doble
en las manos, en los ojos, en las orejas de caracol que
tiene.
Doble.
Y para quien no lo sabe
solo lo tengo lejano
en lo que una vez me trajo un año bueno
siete vidas que no se devuelven
ni se repiten más que palabras
en versos que no se fueron.
Es un niño mío
un tiempo de paz que a veces recuerdo.
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