lunes, 7 de febrero de 2011

Hombres de la tarde


Algunos hombres
siguen viendo la luna
con resplandor debajo,
como un sol celeste de la tarde
que abriga y entumece distante.
Otros encuentran a su paso
un manojo de lirios
que llaman cantando al cielo.

Quizás nos preguntamos
si esos son mejores
porque encuentran en los charcos
el mar de sus travesías
en los sombreros su pan diario
en un bastón un paso de baile
o en su corazón el universo.

A algunos hombres
Dios les apaga la luz todas las noches
para que piensen en el mañana
rebuscando formas
de cómo curar al mundo
de tanto déspota y tanto hambriento.
Otros cantan a las estrellas
mientras le coquetean a la luna
a aquella luna, casi sol, en tarde,
que aunque es la culpable
de que los llamen locos
es quien, al menos,
los hace cada vez más humanos.

jueves, 3 de febrero de 2011

Hija del color


Me has parido en verso
tantos años,
desubicando los techos
de mi cabeza soñadora,
que ya no me recuerdo opaca
que ya no me recuerdo trino.

Dicen que me trajiste a la vida
con tono desolado,
pero aún no sabes cantarme
aún desafinas mi nombre
al desechar mi algarabía
por las cadenas de tu historia.

No me niegues ser delirio,
arte vivo,
palpitar...
del vientre vine con arte
sin lujo ni resonancia.
No me niegues ser yo misma,
carbonizada y en color
del mundo me voy gritando
hacia la muerte en rebelión.

viernes, 31 de diciembre de 2010

Desequilibrio





Sabe el sueño
al atardecer de los amores
y va desdoblando
su necesidad
de no errar en el canto.

Muchos pasos
recorren el desfile
de harapos y vitrinas
que destilan su poca
elocuencia y pesadez.

Poco a poco
se van durmiendo
los ingenuos y las risas
tejiendo una hilera
de adioses y deseos
que finalmente
han de secarse en diciembre.

Y así
se evapora
la magia de creer
en el mínimo sacrificio
de un desconocido
se obliga al pobre
a llenar su boca de oro
y el sueño
la pesadez de la conciencia
se hace efímero,
agrio...

La urgencia de lo humano
yace dispersa
en lo poco hombres
que ahora somos,
en la madre que engorda
su inconsciente naturaleza
y deshilacha el vientre de su niño
yace dispersa
en la rutina de cambiar
el corazón
casi una vez por mes
sin derecho a que palpite
por lo cruelmente asesinado.

Parecemos fieras
atacando
el último bocado de paciencia
gastando
la última petición al cielo.

Sabe esto
a maltrecha lucha
a estupidez contenida
por milenios
dentro de las mentes, en las manos...
es el más absurdo equilibrio
en el que día a día
se nos parte la cuerda en dos.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Cambiar el llanto


Bien se puede llorar
viendo el mar
o atilintando el cielo
en un subibaja;
depositar un pedacito
de ojo abierto
al creer en los relojes
y bastones
o cuando la aspereza
de los puños
estiran y encogen
el deseo de ser ángeles.

Bien se puede
cambiar el llanto
por una manzana
o por el periódico de almohada
que revienta el cansancio
de aquellos cuya lágrima
anda seca
buscando y rebuscando
una fuente donde nacer.

Enjugarse los ojos
cosiéndole alas
a las incrédulos
sembrándole otoño
a quien no ha visto el cielo
y reparándoles presentes
a los que se aferran al tiempo.

Bien se puede
llorar y llorar y llorar
escurridos por el trillo
que la luz y el corazón
van dejando;
cambiar la fuente movediza
capaz de cosechar
puntitas saladas y cristales.

Bien se puede
desgastar la fuga
en la vida misma
ser agua repetida
sin evaporar
ni un solo latido.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Viento



Yo le puse nombre al viento
en los veranos más jóvenes vividos;
le gritaba pescándolo de cerca
le imploraba tormentas de hojas
le pedía vivir bajo mis pies
mientras yo, pequeña, rezaba desde el suelo.

Julián... Julián...
vení,
tomá café con pan...

Entonces volar parecía posible
en mis ojos de niña liviana
yo quería ser pluma, diente de león,
caravana de algodón, pelo de gato...
entonces volar se vivía enseguida
como libre y astuta avecilla.

Julián... Julián...
vení,
tomá café con pan...

Poco a poco me ensanchaba el cabello
le ondulaba a la tierra las semillas
y las sonrisas eran menudas, corpulentas,
como queriendo que las inflara ese viento
dejándose llevar por el sonido entre los árboles
brillando desde adentro con su vuelo.

Julián... Julián...
vení,
tomá café con pan...

Yo le puse nombre al viento
casi como un príncipe incoloro
que acudía a un llamado titiritante
al temblor de mi voz
segura de tener entre sus manos
al remolino creador de fantasías.

Julián... Julián...
vení,
tomá café con pan...

Y así como llegaba, así como aparecía
de repente dejaba todo quieto
en una espera sin alivio y sin finales
que se callaba y dejaba hueco al silencio.
Así como tenía nombre también tenía huida...

Julián, Julián...
vení,
volvé,
que el café se te está enfriando
al pan no le diste mordisco
y yo me lo quiero comer.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Quedo


Tenés el silencio
y dos crayolas,
además del puerto
donde te quedás
una o dos veces por mes.

Cuando llegás
me imagino que los zapatos
son mordiscos
que le hacemos a la tierra
cada vez que le alquilamos
un espacio
para pensar en lo mucho
que habla la gente
y en lo poco que pintan mandalas,
incluyendo las partes en blanco.

Tenés el alba
y esa ausencia de miedo
podés vivir sin nosotros
pero a mí...
a mí me cuesta ese vacío.

Es cierto que uno mismo
suele ser la sombra y el cuerpo
y que volar se hace
desde el suelo
sin mirar hacia los lados,
pero a vos
te encanta mover
en círculos las alas
con afán de limpiar a los demás
en el huracán de tus recuerdos.

Tenés el ahogo
y al agua
o el ahogo
y al verso
porque a veces no sé
si lo que tardás en escribir
es el tiempo en que nadás
o si más bien
le temés al agua
y a la tinta que se le asemeja.

Tenés un respiro quedo
y el silencio,
repito....
el silencio con que enseñás al mundo
cómo se hilvanan
el color y los espejos.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Dos poemas sin culpa



Para ausentar delirios
y descifrar soledades
andale perdiendo
la culpa a la vida.
Dejé de preocuparme
por tantas veces
que he robado
el corazón en un nombre
por esos instantes
convertidos
en renglón y medio
de historia.

Ya no me culpo
por la guerra de los ignorantes
y me propuse ganar adoquines
para mi grito
aún no publicado en las aceras.
Me cansé de hacerte ver
que al agua le podés hallar
colores degradados
o pedacitos de orgullo y miel.

Si no acostumbrás
ahogarte en los charcos
sentí miedo y reproche
pero nunca culpa
por no poder saltar
hacia la cosecha en cúpulas
esa forma tan rica
de que el mundo se acuerde
de vos y tu agonía.

Yo dejé de ver las cosas
sin antes imaginarlas
a blanco y negro
de puntillas
hechas con formas torcidas
y oliendo a jazz y blues revueltos.

Mi culpa no es
por inventar travesuras
aptas para pieles mayores
siempre y cuando
regrese a nosotros el estado nato
de inocencia y asombro.

Para ausentar cansancio
descifrar verdades
y llegar a ser palabra
perdete la culpa a vos mismo:
mirate al espejo
y hacele una mueca
a tu gesto olvidado.